sábado, 18 de julio de 2020

4 de abirl en Albanta, por Ángel Petisme. Sobre Aute (2).



¿Cómo está Albanta, Eduardo? ¿Hay también por ahí fills de puta? ¿Huele a jazmines como los patios de Córdoba y no están llenos de mascarillas y guantes de látex sus mares rosados (el apellido de tu chica)? Va de camino Julio Anguita, así que seguro que esta noche afinaréis a conciencia los califas rojos del Barnasants (Labordeta, Krahe, Hilario Camacho, Pere Tapies, Quintín Cabrera, Ovidi, Imanol, tú y tantos otros) y habrá un fiestón al este del Edén.

¡Qué tío, no tenías ni móvil ni Facebook, Twitter o redes para pescaditos, merluzos y vanidosos narcisistas! Nada ni nadie que te distrajesen de tu curiosidad salvaje de  demiurgo más que tu familia y tus amigos. Siempre mandabas dulces cartas a mano en pequeñas cartulinas color crema o llamabas entrada la noche. Guardo muchas en mi casa de Madrid, como ésta que aparece milagrosamente en un libro que me traje:  “Querido Ángel, no cabe duda alguna de que eres de lo mejorcito que anda por ahí escribiendo poesía, cabrón. Y no hay manera de que algo que escribas me parezca caca, no hay manera. Simplemente geniales los “Poemails”. Bexos infinitos.”

Estoy convencido de que igual que a mí, contestabas a muchos artistas jóvenes y viejos que te mandaban discos, libros, películas, catálogos… Eso habla de tu categoría de persona y artista, tu elegancia y pasión para animar a otros que seguíamos tus huellas y admirábamos ciega y arrebatadamente. Así que, más que nadie, eres el culpable de que muchos de nosotros aprendiésemos el “oficio de vivir, oficio de poeta” de Pavese y emprendiésemos tu “viaje hacia la nada y la belleza”.

II

¿Te acuerdas cómo nos conocimos? En el 84 del siglo pasado, Luis Mendotu director musical, (ex de mi pareja entonces, la actriz Miriam de Maeztu que dio con sus huesos en la cárcel por formar parte de Els Joglars cuando “La Torna”) me invitó a Audiofilm, el estudio donde grababais Cuerpo a Cuerpo con esos temazos : Cine, cineDos o tres segundos de ternuraUna de dos… Allí, con mi timidez a cuestas, aparecí una tarde, tus ojos demasiados humanos y tu cercanía todo lo hacían fácil y se produjo el flechazo. Te regalé mi primer libro Cosmética y terror. A la semana me llamaste para vernos en tu casa. Fuimos al bar de al lado a comprar una botella de güisqui y dos paquetes de Winston. Después se nos fue la noche hablando de pintores como Kokoschka, de la poesía de Carlos Edmundo de Ory, de nuestra religión (las mujeres y el sexo), de Godard, Louis Malle. Nada hermoso te era ajeno, Eduardo.

Desde entonces te convertiste en mi hermano mayor, mi padrino, mi amigo, mi maestro. Tú y Mendo me incitasteis a dedicarme en solitario a la canción. Yo componía y cantaba en un grupo Qué es el optimismo?, muy vanguardista, en la onda de “Durruti Column”, que habíamos debutado en la plaza de toros de Zaragoza en 1983 con los grupos de la movida madrileña, esquivando una lluvia de salivazos, litronas y botellines.

Otro gesto de tu infinita generosidad: Me pagaste una maqueta con tres canciones en 1986 y tú mismo la llevaste a los despachos de las multinacionales. Por suerte, a última hora, cuando se estaba redactando el contrato con Ariola, que buscaba un cantautor frankenstein mezcla de Miguel Bosé y Sabina, decidió no ficharme. Lo digo porque yo era alto, guapito y tonto con mayúsculas y hubiese acabado besando la lona  al segundo asalto. “Angelito Petisme, tu carrera como poeta “Grandisme” se hubiese ido al garete”, me dijiste años después.

Grabaste cuatro canciones en dos de mis discos,  “La habitación salvaje”  (1990) y “Metaphora (2003). Tú me invitaste a cantar en “Hemingway delira” y “Tiro por la culata” de “Alevosía”, me llevaste de gira, presentaste y prologaste mis libros y discos, además de otros proyectos en los que colaboramos. ¿Qué parte de lo que soy no se lo debo a ti?, me pregunto ahora, cuando sé que no podré llamarte a casa pero te siento más cerca que nunca.

III

Teníamos el mismo mánager por el 94, Antonio Lozano. En la gira de “Animal”, yo acababa de publicar mi tercer disco, acordamos que te haría de telonero. Al segundo concierto, dada tu esplendidez, decidiste que me sacarías en el centro y así aprovecharías para echarte un cigarrito y un güisqui en el camerino mientras yo cantaba cuatro temas. Noches inolvidables saboreando complicidades fraternales en la furgoneta, en habitaciones de hotel con Pere Camps en Barcelona y Tarragona, en Valencia, en ciudades castellanas, en Zaragoza…

Fuimos juntos en tu coche a Calanda por primera vez en 2005 para tu exposición de los dibujos de “Un perro llamado Dolor”. Javier Espada, director del Centro Buñuel, me pidió que hiciese de carabina, allí no conocías a casi nadie. Pasamos unos días cojonudos (¡cómo aburrirse contigo!) girando en la vía láctea de nuestro amado Buñuel. Recuerdo que me llamaba Maritchu al móvil, yo hacía de tam-tam y golpeaba pared con pared, latido con latido, tu habitación como un bombo. “¿Eduardo, estás despierto? ¡Es Maritchu!”. Me abrías la puerta y te pasaba el móvil. Fue muy divertida la vuelta a Madrid en coche. Había conocido la noche anterior a una chica preciosa en Calanda, sin pasar a mayores salvo unos castos besos de madrugada, y tú te encarnaste en Cirano de Bergerac. La chica me mandaba un sms al móvil (no había guasap entonces). “Eduardo, que me dice esto…” Y tú: “Dile que te has enamorado de ella como un perro calandino”.  “¡Vale, qué bueno! Eduardo, me ha contestado”. Dile que… Al llegar a Madrid la chica estaba en el bote y yo era el avatar de Aute que con sus palabras había encendido la hoguera del amor.

Muchas imágenes me recorren con un escalofrío la médula espinal, ahora mientras escucho “Albanta”. En  “No sé qué coño me pasa hoy” te imaginas muerto pero feliz:  “De pronto toda la habitación/ en un instante se hace prisión/ urgentemente salgo al balcón/ balcón, balcón, balcón.”

IV

Fui a verte una tarde tras despertar del coma a la UCI del Ruber Internacional. Allí estabas adormilado con la mascarilla de oxígeno y Miki, tu hijo, cuidándote. Al poco abriste los ojos y sorprendido me regalaste una sonrisa como una aurora boreal en los tejados de la Fuente del Berro. Te besé, me mirabas, me apretaste la mano más de dos o tres segundos de ternura.

Otra tarde, dos semanas después, cuando ya estabas en planta, subí a verte. Te abrí el regalo que te llevaba: una libreta de color caramelo, con un poema manuscrito dedicado para ti, y un tubo de lápices con colas de diamante de colores. Te lo acercabas a la boca como si fuese un micro. Qué gracioso y qué guapo estabas. -Esto para que escribas los poemigas del Animal regresado -, te insinué.

Sabía que no te nos ibas, tenía tanta fe y tanto amor en la patata para darte, como todos los amigos que me escribían o llamaban preguntando por ti. Sabía que si te invocábamos con fuerza renacerías y volví a rezar como un niño a todas horas, recordando tu luz y todo lo que me diste.

Después de leerte el poema me cogiste la mano y me pediste más. Y entonces, Eduardo, me desarmaste y azorado busqué en mis correos del móvil versos de “Buscadme en los columpios”, un librito casi acabado de aquel verano. Siempre vas dos libros míos por delante de los demás. Ya cuando te vi bostezar, jajaja, con el aprendiz de poeta baturro, te busqué en Youtube  chistes de Chiquito de la Calzada. Lloramos de risa literalmente quince o veinte minutos. Yo miraba incrédulo y sorprendido al amigo que, recién llegado a Madrid, conocí hace más de treinta años. Un torbellino de emociones lloraba de alegría en mi interior.

Te sentí más humano, cariñoso, sincero y curioso que nunca, frágil y sabio, atento a quien llamaba a la puerta, coqueto, bromeamos con las enfermeras guapas. Sin miedo a la muerte, libre de compromisos y piedras de Sísifo, sin sonreír a quien no te apetece. Agradecido contra el orden mortal del mundo por esta prórroga que los dioses te habían concedido y el regalo de una segunda vida. -Quedan muchas cosas por hacer y decir-, susurraste.

Tus chicas te besaban y decían: Somos tus garrapatas. Y yo también celebraba tu piel y te comía a besos en esa habitación de tu alma con ventanales, donde se respiraba esa energía para construir las nuevas ilusiones y la conquista del tiempo para el amor de nuevo. Otra vez vivir y descubrir el mundo. Recordar significa pasar dos veces por el corazón. Y en ese momento recordé a Albert Camus: “Hay seres que justifican el mundo, que te ayudan a vivir con su sola presencia”.

Cuando me despedía me diste un recado: Dales besos a todos y diles que les quiero.

V

Podría estar horas escribiendo de ti, mandándote mensajes a Albanta con palomas de escarcha, evocando tu presencia, saboreando tu amistad con anécdotas, complicidades, noches, tesoros, tragos, juegos de palabras, lucidez y aventura.

Me preguntan por ti los periodistas, Eduardo. ¿Qué les digo? ¿Cómo definir a un artista infinito y total como tú, que engrandecía todos los palos que tocaba, que ha convertido la canción popular en un hecho cultural, lejos del ocio, y nos dio cobijo durante todos los tsunamis. Vivir a la intemperie se hace más llevadero con la luz que esparcías por toda la herida hasta embalsamarla y cerrarla. Tus canciones nacen de un silencio y nos llevan a otro elegante y más bello.

Tu legado es universal, nos dejas una terra incognita, un tesoro misterioso y humano para cuando de nuevo salgamos a la calle, dejando atrás la historia más difícil que hemos vivido en el siglo XXI.

Luis Eduardo Aute, con quien tanto queríamos, no hemos podido despedirte como mereces ni acompañar en el duelo a tu compañera, tus hijos Laura, Miki y Pablo, tu hermano José Ramón, tu familia y amigos, pero lo haremos. Venga, dile a Buñuel, el ateo preferido de Dios que controla las bodegas de la eternidad, que te merque un tequila Don Julio 70. Brindamos desde tu Albanta mientras te echamos tanto de menos esta noche y nos quedamos en tu música a reconstruirnos como personas. Hay artistas más grandes que la vida. Gloria y memoria a ellos y a los que se nos fueron. Nuestra venganza es ser felices.

Ángel Petisme

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